Hubo en otro tiempo otro como yo, creo de hecho que era yo. Ese que vino conmigo cuando me fui y volvió cuando me vine, también tenía un sombrero, también aprendió a saludar a las bellas damas que pasaban por el camino que bordeaba el erial que él vigilaba. Ese combatía la sed con levantina cerveza, que amablemente le traían los más abigarrados pájaros de aquel campo en medio de la nada. Con perfecto dominio de la situación desde su privilegiada atalaya aprendió a mirar mas allá y vislumbrar los más lejanos caminos, de hecho dos veces llego a ver el fin del mundo.
Yo soy producto de varios factores sin nombre, sin cara y sin culpa. También y no he de negarlo, soy hijo de la poca decisión de mi cuerpo relleno de kilos de paja, abultan pero no pesan, soy descendencia directa del corazón pausado de los que aguantan, tengo uno igual, el de una manzana podrida entre briznas de hierba y el eco de la nada. Soy un espantapájaros sin coraje, solo estoy hecho para abrir las puertas de los sueños a los que vienen a pasar las vacaciones en este país ajado y roto.
Por los arcos de este pequeño paraíso, regado con aguas del trasvase, veré pasar de todo. Para entrar a las cenizas humeantes de lo que fue la época dorada de esta región tienen que circular por delante de mí.
No me miraran, solo levantaran la mano izquierda a queriendo decir: “Eh, te he visto tío, hola”.
Mis ojos marrones, lejos del brillo de la miel, son como los botones de un viejo chaquetón, no ven. Mi espíritu esta justo detrás de ellos, aun tengo un amasijo de trapos encerrado detrás de lo que se supone es mi frente, allí se esconden, húmedos, muchos de mis banales deseos de gloria. Mis orgullos de pobre diablo, los miles de libros y todos los viajes que pude hacer cuando me transmute y pude convertirme en un hombre. Entre las dobleces improvisadas de ese lio que tengo debajo del sombrero amanecen cada día las dudas, esa es mi verdadera forma de ser. Por algo soy un hombre de paja.
Para seguir en la lucha solo tengo un paquete de cigarrillos, que no sé fumar, cientos de horas por delante y el brillo apagado de lo que fui. Si una vez con el dolor de toda transición conseguí arrancarme un corazón que me mataba y llevarme a lugares que nunca soñé, quizá ahora desde el puesto de vigilancia en el que me van a clavar, desde mi estaca, al sol cuando brille y a la intemperie cuando moje, de día o de noche, consiga volver a imaginar, que es el primer paso, el primer grito de guerra del alma.
Mi boca es una costura en un deshinchado balón de futbol que alguien me trajo del país de la niebla, por eso, cuando me salga la voz quizás no la oigáis, pero sabed que aferrado al vil pedazo de madera que me empala y me mantiene unido a la tierra, este espíritu errante se empeña en seguir intentando una desdibujada sonrisa.
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