Los zapatos italianos de suela de cuero, gastados, casi roídos por el tiempo empiezan a avisar del “todo pasa”. El cielo expectante amenaza lluvia fina, irónica. El asfalto se gira y le pregunta: ¿dónde vas? .
Esta mañana salió de su casa en dirección a la ciudad, como siempre. Con la actitud aflautada de la rutina, con elegante paso burgués, con seguridad y pasividad se tragó los humos de la autopista; los ruidos del Corte Inglés. Recuerda otros días: El bombeo e-mails al cerebro, el sistema operativo desmentía el futuro, se colgaba de las lianas que se llaman software. La silla engullía su ser hasta el punto que el casual repartidor que pasara por delante de su mesa no vería más que un conjunto: Hombre; silla; empresa.
Ahora vestido para la ocasión pasea por una ciudad que le parece extraña, todo el mundo corre, todos parecen ocupadísimos. El sabe que muchos de los que se lanzan por las escaleras del metro en realidad no tienen prisa, solo los lleva la corriente. Él se limita a observar hasta que se cansa, parece que va a llover, justo hoy cuando ha decidido salir a caminar. Los viejos zapatos crujen con la humedad, la suela de cuero que fue lujosa no soportara mucha agua.
Cualquier viandante que reparara en su figura entre la marabunta no sabría decir si viene o va, tampoco él lo tiene claro, mira al suelo oscuro e inhumano, sonrie levemente y sigue caminando.
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