La traición me desparramó por el mundo. El fugitivo de siempre.
Hoy aun vivo de la inercia de aquel momento cuando a pesar de todo, llegue a la conclusión de que hay cosas contra las que no se puede luchar. Hay destinos cruzados y cruces de caminos. En ambas coyunturas, con diversos personajes se desarrolla la vida.
Hay días en los que las musas se arrullan entre sí a tu alrededor y puedes cazar al vuelo un poco de inspiración para vivir y decidir correctamente. Hay otros días sin embargo que son una mera cuanta atrás, no tienes nada que hacer, puedes escribir las letras pero el mensaje es un dictado y la música es justo la que no sabes bailar.
Todo eso de desde “aquí donde no hay no hay nadie a quien seguir; aquí que nadie es un huésped fijo”. Todo eso sin los tiempos del cólera, sin leer a García Márquez, sin montar en tándem. Desde que la noche infinita que aquejada de insomnio me olvida porque la desconcierto. Desde que estoy seguro de hacer lo incorrecto y sin pruebas para demostrarlo me empeño en quedarme atrás.
Solo queda volver la vista y comprobar que las estatuas de sal corren detrás de mí, asustado me asomo al acantilado y solo veo batir las olas. Sopla el viento que me empuja y me quedo quieto como en un sueño, quieto porque esto no es la vida real. Quieto mientras todos corren. Espantado y desenfocado, pertenezco a la luna más que nunca, aúllo buscando a mis congéneres, viajo y me convenzo. Me dejo llevar y en este estado de ánimo solo puedo llegar a un bar, beber y discutir. Apenas me reconozco, recapacito mientras miro como se derrite un cubito de hielo pienso que a pesar de todo siempre quedara mañana; siempre quedará Paris.
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