Sunshine, R.R. |
En el erial empieza a dibujarse el sol a través de la frontera del alba. El espantapájaros, como quien no quiere la cosa siente un inesperado hormigueo en las piernas. Su azorado cerebro tiende a pensar demasiado y por ello a veces se bloquea y no piensa nada. Mucho no es bueno de nada.
El caso es que por las hebras de paja corre un hálito de vida que al que ya nadie le tenía fe. El pecho inhala el primaveral aire, el fresco viento de poniente despeja el cielo,a los descuidados transeúntes les pareciera que los botones de sus ojos brillan más. Se despereza la existencia en el valle del carajo. Con las primeras sonrisas llegaron los últimos hastíos. A lo lejos ondula el calor que sale de la tierra que renace. En las cercanías del puesto de vigilancia niños rubios chapotean en los restos de lo que fueron grises charcos, se preparan las flores para explotar como si estuvieran en pleno mes de mayo.
Brilla un sol de justicia, una poética metáfora de este momento. No lo van a creer pero al hombre hecho de despojos le vuelven las fuerzas, parece un cuento, las piernas tienen de nuevo vigor, el pecho entre sístole y diástole vuelve a albergar el futuro. Asido a su estaca abre la mente y desenreda el amasijo de trapos que tiene detrás de la frente, no era tan difícil imaginar, dejar volver a gritar al alma.
De pronto siente como se desgarra la costura que era su sonrisa y con absoluta libertad se suelta de su poste guardián y comienza a andar. Empiezan a reverdecer los campos, los cultivos parecen no necesitar más para crecer solos, el maná. Entre las mediterráneas margaritas el hombre recién nacido se tambalea como un convaleciente que acaba de incorporarse. El cielo azul enmarca las aventura que llega a su fin, las horas pasaron, los cigarrillos se fumaron, las briznas de paja se volvieron de nuevo carne. La manzana podrida del corazón dio lugar a nuevas formas de vida.
El espantapájaros cae en la cuenta de que como casi todo era cuestión de tiempo. Alza sus brazos al cielo y con una enorme carcajada echa a correr por la carretera que parte en dos el coto de caza, se dirige al mar, que sabe no queda lejos. A veces durante las largas y frías noches el viento de levante le traía el infinito olor a sal.
(Este es final de la serie espantapájaros por motivos obvios)
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