Rodar y rodar...(Loken, Dinamarca) |
Aquella mañana lucia un sol frio, algo extraño como sacado de una gigantesca cámara frigorífica. Con los ojos entornados, un cierto dolor detrás de la frente y un inhabitual sentimiento de plenitud relajada decidió gastar la vida en un verso.
Alrededor suyo el mundo giraba con la habitual monotonía, en su cabeza este era un día definitivo.
Llego por fin el momento de sentarse, observar el cielo y parar su existencia para comenzar la vida. Él no tenía muy claro lo que sucedía, pero pensó , reflexiono; meditó; se angustió y finalmente condesó todo lo que había aprendido en ese momento de catarsis en unas pocas líneas:
“La vida en un segundo,
El futuro en tu pecho.
La mañana en un sueño
El tiempo sin reloj.”
Tiempo atrás el hecho de desparramar letras le había consolado de varios males y había compartido sus mayores logros. Ese día no quedo satisfecho.
En una mochila metió lo que no debía dejar atrás, en su pecho metió sensaciones aun sin cocinar y se preparó para el gran viaje.
Condujo hasta el fin del mundo. Días y días, lunas y lunas. Rodar y rodar…Y de nuevo el sol.
Descansó, aprendió a observar frente al mar azul; las antiguas civilizaciones le enseñaron que no todo es perecedero. De los pueblos milenarios del camino, de la sabiduría de los que no saben nada aprendió a dudar. Empezó a fumar de nuevo, bebió hasta perder la razón. Nada es tan malo como vivir sin vida.
El mundo estaba quieto y sin embargo el seguía girando. Cuando creyó que ya no quedaba más descubrió sabores más intensos y placeres ocultos. Extasiado casi olvido su propósito de gastar la vida.
Volvió a casa, ya nada era igual, allí el tiempo era más lento, pero era casa. Sintió más intenso el calor del hogar, más tierno al abrazo de la madre y los ojos del padre más cansados, más usados más viejos.
Leyó, releyó, busco y no encontró. Se comió lo suyo y robo lo de los demás. En casa ya nada era lo mismo. Cambio el verso por una aburrida novela realista.
Una madrugada después de una noche turbia, caminando por las plomizas calles y bajo un pesado cielo gris: cobró conciencia. Otra vez lo mismo. Volver, reinar, sucumbir.
Llegado a ese punto de lucidez, se devano los sesos para cumplir todas sus obligaciones, se quito la gabardina de ciudadano, besó a las mujeres importantes de su vida, y al padre lo miro a los ojos, sin una palabra el viejo arrugado le dijo: Vete hijo.
Se subió a un tren eterno, con la única compañía de los que siempre viajan y dejo atrás el mundo para encontrarse con su vida. Lo acunaba el repiqueteo del vagón, los ladridos de los perros callejeros y la ilusión de cada momento.
Un buen día en un banco de cualquier parque escribió una línea en su cuaderno:
“Si no hay mañana, ¿Para qué tanto esperar?”.
Arranco la hoja, la arrugó y la encestó en una sórdida papelera.
Es difícil encontrar el camino. . . Me ha gustado leerte, Profe, te sigo y te comento desde mis dos blogs literarios. Un gusto, Rubén
ResponderEliminarGracias amiga. Soy tu fan desde hoy :-)
ResponderEliminarQué placer refugiarme en las pausas, que una tras otra, me dan la tranquilidad que tanto ansío. Ros... que duro se me hace el camino.
ResponderEliminarTeacher.