Lisboa al anochecer |
Y entonces sin nada mas que decir se dio la vuelta.
El silencio parecía querer atraparlo, una nube de espeso humo de cigarrillos baratos lo perseguía hasta la acera, mientras cerraba la puerta a sus espaldas. El agrio sabor del vino de taberna trepaba por su esófago, un zumbido irracional taladró sus timpanos en cuanto salio a la calle, que a esas horas estaba vacía, solo el empedrado respondía cadenciosamente a sus esfuerzos por seguir adelante.
Las calles del barrio de Alfama con sus eternos cordeles de ropa limpia, según iban empinando las cuestas tan románticas, aquella velada que empezó oliendo a claveles y libertad le sabia a orín y miseria.
Las sombras de los becos, antaño cobijo de amores de portal, ahora parecían amenazadoras imbuidas en el vapor del alcohol.
Trastabillado el borracho cae al suelo, y en vez de dolor siente una paz acolchada. Al fin , piensa a trompicones mientras desiste del intento de levantarse. Esta noche ya ha encontrado el hueco necesario para descansar. No le preocupan los ladrones, a esas horas duermen.
La cabeza apoyada en la pared, las piernas encogidas sobre si mismo, aterido de frió, inconsciente de pura desesperación el borracho pasa las ultimas horas de oscuridad. Solo acompañado por la dulce voz de Amalia que le acuna cantando:
"Se considero
Que um dia hei-de morrer
No desepero
Que tenho de te nao ver
Estendo o meu xaile
Estendo o meu xaile no chao
Estendo o meu xaile
E deixo-me adormecer"
Los rayos del sol frio, gélido, de Enero se le clavan en los ojos parece que un nuevo día amanece por detrás del Castelo de San Jorge. La luz atrevida le roba el sueño donde, como siempre, ella le acompaña.
Una vez más recuerda. Muy a su pesar se pone en pie y los músculos se quejan de la mala vida, los huesos entumecidos rechinan como el tranvia nº 28 que lo ha de llevar a casa, si es que el tugurio en la Baixa merece ese nombre. Rodeado de gente, odiando el mundo, despreciando la bobalicona paz de los ancianos y la inerme algarabía de los niños, hace su recorrido en el hermoso vagón de principios de siglo, con el repiqueteo musical embaucador...
"Cheia de penas
Cheia de penas me deito
E com mais penas
E com mais penas me levanto
No meu peito Já me ficou no meu peito
Este jeito
O jeito de querer tanto"
Arrastrando los pies se deja llevar por la mínima energía hasta la mugrienta habitación cerca de la plaza de Rossio donde pasa los días, esperando que llegue la noche, soñando despierto, recordando adormecido otros en los que el corazón hablaba por si mismo y no necesitaba vino para arrancarse a cantar.
El fadista tiene el alma quebrada y cada noche se interna en su dolor para poder vivir. Cuando canta ella vuelve a la vida, con los aplausos adormece el recuerdo, con la charla ausenta su imagen.
Como uno de los barcos que cada día salen de las docas en dirección a la oscuridad para transportar sus mercancías, el deja de su ocre camastro para devolverle al mundo la porción de hastío y saudade que le sobra. Se embute en un ajado traje gris, busca un clavel blanco y sale a la calle cuando empiezan a encenderse las farolas.
(1)consideras que un día he de morir,
me desespero por no poderte ver,
extiendo mi manto, extiendo mi chal en el suelo…
y me dejo adormecer.
(2)llena de penas,
llena de penas me acuesto y con más penas, con más penas me levanto.
En mi pecho ya se quedó esta manera,
esta forma de amarte tanto.
Pertenece al Fado Lagrima, De Amalia Rodrigues, que luego popularizo Dukce Pontes.
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