Playa de Hammamet (Tunez) |
Hoy sopla el viento de Noreste en la costa, brilla un sol frio, que ocupa el espacio que dejan las nubes que vuelan . Cuando gregal peina las playas de invierno se envuelve la existencia en fríos remolinos de nostalgia. Las arenas vacías, huérfanas del tropel estival, se encrespan ariscas. Las olas terribles y exactas golpean las rocas, una y otra vez, son el reloj del mar.
En mi tierra el mar es amable, nada que ver con el majestuoso cantábrico del norte de España, y menos aun con los salvajes mares del norte de Europa. Aún así cuando el viento del norte aúlla hasta las palmeras se inclinan a su paso, la balsa de aceite del Mar Menor quiere hacerse mayor y se riza vacio de la marabunta turística. Los trabajadores del campo doblan el espinazo, parece que rindieran pleitesía al frio.
En España donde resuena aun el miedo al hambre, las abuelas recuerdan la postguerra, se arriman al brasero, y rezan: “virgencica que me quede como estoy”. Las madres con asombrosa hiperactividad, cuidan que los niños vayan abrigados hasta el agobio, que se tapen la boca para que no se constipen y después se van a trabajar, con el corazón helado, ellas quieren estar donde están sus críos.
Los hombres se arrebujan en el bar para tomar un coñac (brandy dicen ellos) a primera hora de la mañana, fuman y se quejan del trabajo, pero en el fondo, mientras se frotan las manos dan gracias por que pueden ser aun hombres y llevar el pan a sus casas.
En las oficinas se está mejor dentro que fuera, por una vez, y a la hora del desayuno se debate sobre la rebaja de Moody´s y sobre la operación galgo, dándole vueltas al café mientras llega esa tostada. Nadie sabe lo que va a pasar, nadie tiene confianza ni en este gobierno ni en el que venga. Se recuerdan otros tiempos, se sueñan con los venideros y mientras fuera, el invierno llega abrazado a un viento del Norte y promete quedarse una temporada, con crisis o sin ella.
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