miércoles, 1 de diciembre de 2010

París, bajo los adoquines: la playa


Paris es muchas cosas, a cada uno de los millones de turistas que la visitan anualmente le deja un poso permanente.

Para mi es la ciudad que visite por primera y última vez en un frio y lluvioso diciembre, allá por el año 1996. De la ciudad de los enamorados me acuerdo de los Campos Elíseos iluminados en ambiente pre-navideño, me acuerdo del arco de triunfo grandioso y de la caótica circulación a su alrededor, me acuerdo del horrible museo Pompidou; del Louvre; del impresionismo de Orsay; de Notre Damme a la que le faltan las picudas cúpulas. Recuerdo un paseo nocturno, con amigos que todavía lo son, por el barrio latino Recuerdo la Bastilla, los almacenes Laffayette y la plaza de la Concordia. Y allí me quedé.

En cierto modo en los catorce años que he vivido después de aquello sigo amarrado a París, en aquellos días eche un ancla en mayo del 68. Entendí, despues con el tiempo, por qué buscaban la playa bajo los húmedos adoquines. Al tiempo en mi periplo por la universidad leí cientos de libros que hablaban de la búsqueda de la libertad por parte de los hombres, aprendí que siempre hay otros hombres que no quieren la libertad, que les da miedo.

Paseando por las mojadas aceras, aceptando la majestuosidad de una de la ciudades más bonitas del mundo pude imaginar otros días lejanos,de barricadas que cerraban calles y abrian caminos, cuando en la Sorbona se pedía al mundo que respondiera con preguntas; que olvidara lo aprendido para aprender a soñar; cuando la imaginación se encaramaba al poder...Reviví días de gloria, cuando para ser realista había que pedir lo imposible.

Paris es para mí la ciudad de los sueños, de la melancolía lluviosa; del las algaradas callejeras; de la eterna disconformidad, es ese amor de juventud al que nunca se olvida y que siempre tendrá 18 años. Ese es el poso que dejo en mi la ciudad; es el recuerdo que tengo, quizás por eso nunca he vuelto, no tengo la sensación de que la realidad que vaya a encontrarme con ahora sea más evocadora que la suave bruma que recubre mis recuerdos.

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