Por eso prefiero la luz tamizada del atardecer, las sombras kilométricas, el sol en caída libre, el día despidiendose, y quizás la luna asomando en el horizonte.
He tenido la suerte de ver el mas bonito atardecer del mundo en varios sitios. Es curioso, porque "el mas bonito" debería ser uno solo, pero ayuntamientos se promocionan con lo que tienen. Lo que era cierto es que eran bonitos. Pero no se si los mas.
Muy bonito era el del pequeño pueblo de Hjarbaek en Dinamarca, lo distinto de este era que para ir a verlo había que caminar como una hora por un maizal de cuento, en de un fiordo.
Era magnifico el interminable giro del sol sobre mi cabeza en Cabo Norte, para no acabar poniéndose nunca, dando lugar al sol de media noche.
El crepúsculo del desierto del Sahara es para verlo, desde luego. El cielo cristalino, se prepara para una explosión de estrellas estirando las siluetas en la arena.
Los atardeceres mediterraneos son pura poesía casi sensual, rojos, intensos, largos y cálidos. En Cerdeña hacen honor a su fama.
En la primavera austral de Chile, no puedo imaginar un atardecer mejor que el de Torres del Payne con sus lagos de olor indescriptible reflejando la montaña rota por el hielo.
Pero a uno de los que mas me ha impresionado es el de Estocolmo desde el ferry que nos llevaba a Turku, ese rato eterno hasta las 11 de la noche cuando finalmente el sol se escondió tras el picudo perfil de la ciudad fue un momento de felicidad. Aunque para cenar tuvieramos carne de perro.
En fin, en cada sitio tiene lo suyo, y ese es mi momento preferido del día, una especie de frontera que cruzar, con los ojos entornados.
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